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Clave para experimentar a Cristo: nuestro espíritu humano, Lapor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-0992-9
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LA CLAVE PARA
EXPERIMENTAR A CRISTO: NUESTRO ESPIRITU HUMANO

“Por tanto, de la manera que habéis recibido al Cristo, a Jesús el Señor, andad en El” (Col. 2:6). Recibir a Cristo es sin duda una experiencia maravillosa; no obstante, es sólo el disfrute inicial de Sus riquezas. Muchos cristianos desean experimentar a Cristo y aplicarlo en todos los aspectos de su vida. Esperamos que en este folleto encuentren la ayuda necesaria para experimentar diariamente a Cristo, quien es nuestra vida (Col. 3:4).

Pongamos el siguiente ejemplo: para entrar a un cuarto cerrado necesitamos saber cuál es la llave y cómo usarla. De la misma manera, si deseamos abrir la puerta que nos conduce a experimentar la plenitud de Cristo, necesitamos poseer la llave y saber cómo usarla. El propósito de este folleto es mostrarles la llave. Si obtenemos esta llave y sabemos cómo usarla, tendremos el secreto para experimentar a Cristo, quien es nuestra vida. Así que, la llave es de suma importancia.

Un versículo crucial del Nuevo Testamento es 1 Tesalonicenses 5:23, que dice: “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y vuestro espíritu y vuestra alma y vuestro cuerpo sean guardados perfectos e irreprensibles para la venida de nuestro Señor Jesucristo”. El hombre consta de tres partes distintas y delimitadas: el espíritu, el alma y el cuerpo.

Es fácil establecer la diferencia entre el cuerpo y el alma; todos sabemos que estas dos partes son distintas, pero no es tan fácil distinguir la diferencia entre el alma y el espíritu. De hecho, la mayoría piensa que el espíritu y el alma son lo mismo, pero como vimos en el versículo antes mencionado, el Espíritu de Dios establece claramente en la Palabra que el hombre está formado de tres partes. En esta cláusula, las tres partes aparecen unidas gramaticalmente por dos conjunciones: “vuestro espíritu y vuestra alma y vuestro cuerpo”.

Otro versículo que muestra la diferencia entre el espíritu y el alma es Hebreos 4:12, que dice: “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu”. El alma y el espíritu no son lo mismo, ya que este versículo nos dice que pueden ser divididos. El alma es diferente del espíritu, y debemos hacer una separación entre ambos.

En el universo existen tres mundos o esferas diferentes: el mundo físico, el mundo psicológico y el mundo espiritual. Debido a que el hombre tiene tres partes, puede tener contacto con estas tres esferas distintas. La primera de ellas corresponde al mundo físico, el cual está lleno de cosas materiales. Los humanos tenemos contacto con el mundo físico por medio de los cinco sentidos del cuerpo: el oído, la vista, el olfato, el gusto y el tacto. Otra esfera es el mundo espiritual. ¿Acaso podemos percibir el mundo espiritual por medio de estos cinco sentidos? Por supuesto que no. La única manera de percibir el mundo espiritual es por medio de nuestro espíritu. Nuestro espíritu posee el sentido espiritual con el cual podemos percibir a Dios.

Además, existe el mundo psicológico, el cual no es ni físico ni espiritual. Supongamos que alguien le regala mucho dinero y usted se pone muy feliz. ¿A qué esfera pertenece esta felicidad, al mundo físico o al espiritual? No pertenece a ninguno de los dos. Tanto la felicidad como el gozo y la tristeza, son sentimientos que pertenecen al mundo psicológico. La palabra psicología proviene del término griego psujé, que en el Nuevo Testamento se traduce alma. La psicología es “el estudio del alma”. Así que, existe el mundo psicológico o anímico, en el cual experimentamos gozo o tristeza. El hombre fue creado con tres partes —el espíritu (Zac. 12:1), el alma (Jer. 38:16) y el cuerpo (Gn. 2:7)— a fin de que pudiera tener contacto con los tres mundos o esferas diferentes: el mundo espiritual, el mundo psicológico y el mundo físico.

El alma a su vez consta de tres partes. Una de ellas es la parte emotiva (Dt. 14:26; Cnt. 1:7; Mt. 26:38); es en ella que amamos, deseamos, odiamos, y sentimos gozo o tristeza. Otra parte del alma es la mente (Jos. 23:14; Sal. 139:14; Pr. 19:2). En la mente se hallan los pensamientos, razonamientos, ideas y conceptos. La tercera parte del alma es la voluntad (Job 7:15; 6:7; 1 Cr. 22:19), con la cual tomamos decisiones. El gozo y la tristeza pertenecen a nuestra parte emotiva; los razonamientos y pensamientos se producen en nuestra mente; y en la toma de decisiones, la voluntad es la que opera. Por consiguiente, la mente, la voluntad y la parte emotiva son las tres partes que conforman el alma. Con la mente pensamos, con la voluntad decidimos y con la parte emotiva expresamos nuestros gustos, disgustos, amor u odio.

Para tener contacto con el mundo psicológico utilizamos nuestra alma, que es la parte psicológica de nuestro ser. El principio es el mismo con respecto al mundo espiritual. Para tener contacto con el mundo espiritual debemos usar nuestro espíritu. Permítame ejemplificar esto de la siguiente manera. Supongamos que alguien habla con usted. El sonido de la voz es real, pero si usted se tapa los oídos y trata de usar los ojos para ver la voz, no percibirá nada porque está usando el órgano equivocado. Si queremos escuchar el sonido de la voz, debemos usar el órgano del oído. Podemos aplicar el mismo principio con respecto a distinguir colores. Supongamos que frente a usted tiene el color azul, el verde, el morado, el rojo y muchos otros colores hermosos. No obstante, si ejercita su oído tratando de escuchar los colores, no podrá apreciar la belleza de ellos. Aunque las sustancias estén presentes, usted no podrá verlas, pues está usando el órgano equivocado.

¿Cómo podemos entonces tener contacto con Dios? ¿Cuál de nuestros órganos debemos usar? Primero debemos ver cuál es la sustancia de Dios. En 1 Corintios 15:45, 2 Corintios 3:17, Juan 14:16-20 y 4:24 se nos dice que Dios es Espíritu. ¿Podemos acaso tener contacto con Dios usando nuestro cuerpo físico? ¡No! Ese no es el órgano correcto. ¿Podemos entonces tener contacto con Dios usando el órgano psicológico de nuestra alma? ¡No! Ese tampoco es el órgano apropiado. Unicamente por medio de nuestro espíritu podemos tener contacto con Dios, puesto que Dios es Espíritu. En Juan 4:24 dice: “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu ... es necesario que adoren”. Este es un versículo sumamente importante. El primer Espíritu mencionado en este versículo aparece con mayúscula y se refiere al Espíritu divino, a Dios mismo. El segundo espíritu está escrito con minúscula, porque se refiere a nuestro espíritu humano. Dios es Espíritu, así que debemos adorarle en nuestro espíritu. No podemos adorarlo ni tener contacto con El mediante el cuerpo o el alma. Puesto que Dios es Espíritu, la única manera en que podemos adorarlo y tener contacto y comunión con El, es en nuestro espíritu y con nuestro espíritu.

Veamos otro versículo en el cual se mencionan estos dos espíritus. En Juan 3:6 dice: “Lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”. Los creyentes sabemos que hemos sido regenerados, que hemos nacido de nuevo. Pero, ¿sabemos qué significa esto? Simplemente quiere decir que nuestro espíritu fue regenerado por el Espíritu de Dios. La Palabra dice que lo que es nacido del Espíritu (del Espíritu de Dios) es espíritu (espíritu humano). Este versículo revela en qué parte de nuestro ser nacemos de nuevo; no es en el cuerpo ni en el alma, sino en el espíritu. Cuando creímos en el Señor Jesús como nuestro Salvador, el Espíritu de Dios entró a nuestro espíritu. El Espíritu Santo nos vivificó y nos impartió vida a fin de regenerar nuestro espíritu. En el momento en que creímos en el Señor Jesús, el Espíritu Santo vino a nosotros juntamente con Cristo como vida, para vivificar y regenerar nuestro espíritu. A partir de ese momento, El mora en nuestro espíritu humano (Jn. 4:24; Ro. 8:16; 2 Ti. 4:22; 1 Co. 6:17).

Jesucristo vino a esta tierra y vivió como hombre por treinta y tres años y medio. Luego, fue crucificado por nuestros pecados; El murió, resucitó y llegó a ser Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). En 2 Corintios 3:17 vemos que “el Señor (Cristo) es el Espíritu”. Debemos rebozar de alabanzas por el hecho de que Cristo como Espíritu vivificante ha entrado en nosotros. Fuimos creados como vasos o recipientes compuestos de cuerpo, alma y espíritu. Nuestro espíritu humano es el órgano en el cual Cristo, en calidad de Espíritu vivificante, ha entrado en nuestro ser. Los versículos anteriores muestran claramente que ahora Dios mora en nuestro espíritu. Sin embargo, debemos recordar que el Dios que está en nosotros no es sólo Dios, sino además Jesucristo. Todo lo que Cristo es, y todo lo que El realizó, logró y obtuvo, está incluido en este Espíritu vivificante. Ahora este Espíritu ha entrado a nuestro espíritu y se ha mezclado con él, de modo que somos un solo espíritu con el Señor (1 Co. 6:17). Alabamos al Señor, pues hemos llegado a ser uno con El en nuestro espíritu. Si aprendemos a volvernos a nuestro espíritu, podemos establecer contacto con la Persona de Cristo. ¡Este es el secreto, y ésta es la llave!

Los incrédulos sólo tienen la vida física en su cuerpo y la vida humana o psicológica en su alma, pero no tienen la vida eterna de Dios en su interior, pues aún no han recibido en su espíritu a Cristo como vida eterna. Por esta razón ellos únicamente pueden vivir en el alma y en el cuerpo. Antes de ser salvos nosotros también vivíamos y andábamos con nuestro ser completamente inmerso en el alma. Pero al obtener la salvación recibimos otra vida dentro de nosotros, la vida de Cristo, y ahora debemos aprender a vivir por esta vida. Lo que necesitamos hoy es dar un giro y movernos en otra dirección, es decir, volvernos de nuestra alma a nuestro espíritu. Antes de ser salvos vivíamos por la vida humana, en el alma, pero ahora que hemos sido salvos, debemos empezar a vivir por la vida divina en nuestro espíritu.

¿Se dan cuenta por qué es tan necesario volvernos siempre a nuestro espíritu? Ya que Cristo mora en nuestro espíritu, si queremos establecer contacto con El, tenemos que volvernos a nuestro espíritu. Antes de hacer o decir algo, o de ir a cualquier parte, debemos primero volvernos a nuestro espíritu. Si aprendemos esta lección, veremos un gran cambio en nuestra vida.

Cristo es el Espíritu divino, nosotros tenemos un espíritu humano, y ambos se unen como un solo espíritu. ¡Esto es en verdad maravilloso! Por consiguiente, al volvernos a nuestro espíritu y ejercitarlo, podemos experimentar todo lo que Cristo es para nosotros. En 1 Timoteo 4:7-8 el apóstol Pablo nos insta a que nos ejercitemos para la piedad. Algunos hermanos acostumbran hacer ejercicio diariamente para mantener su cuerpo saludable. Esto es recomendable; aun el apóstol Pablo dijo que el ejercicio corporal es provechoso, pero sólo hasta cierto grado. Sin embargo, Pablo describe aquí otra clase de ejercicio, el cual aprovecha para siempre, ¡no sólo para esta vida sino por la eternidad! Por lo tanto, debemos prestar atención a esta clase de ejercicio, a saber, al ejercicio de nuestro espíritu.

¿Por qué decimos que ejercitarnos para la piedad equivale a ejercitar nuestro espíritu? Consideremos esto primero desde el punto de vista lógico. Pablo aquí está hablando de dos clases de ejercicio: uno es el ejercicio de nuestro cuerpo, y ¿cuál es el otro? ¿Se refiere acaso al ejercicio de nuestra mente, a una gimnasia psicológica que realizamos en nuestra alma? Creo que ya hemos tenido suficiente de esta clase de ejercicio en la escuela primaria, en la secundaria y en la universidad. Desde nuestra niñez aprendimos a ejercitar nuestra mente. Sabemos ejercitar bastante bien esta parte de nuestro ser. Así que, además del ejercicio de nuestro cuerpo y de nuestra mente, ¿qué otra clase de ejercicio necesitamos? Debemos responder espontáneamente: el ejercicio de nuestro espíritu.

Lo importante como cristianos no es que seamos muy activos, sino qué es lo que nos mueve a actuar. Debemos preguntarnos: ¿estoy actuando dirigido por el cuerpo, el alma o el espíritu? Muchos hermanos y hermanas jamás ejercitan su espíritu, sino que sólo usan su mente, emoción, voluntad o su cuerpo físico. Muchas veces oramos, hablamos, discutimos, leemos la Biblia, razonamos y debatimos, ejercitando principalmente nuestra alma. ¡Incluso podemos citar las Escrituras guiados por el alma! ¡Ya es hora de volvernos a nuestro espíritu! ¡Debemos regresar a él!

Por ejemplo, cuando acudimos al Señor en oración o leemos la Palabra de Dios a fin de tener contacto con El, debemos rechazar nuestra vida anímica —nuestros pensamientos, sentimientos y resoluciones— y volvernos a nuestro espíritu donde podemos tener contacto y comunión con el Señor. No podemos acercarnos a Cristo mediante el ejercicio de nuestra alma, pues El está en nuestro espíritu, no en nuestra alma. Sólo cuando usamos nuestro espíritu podemos tener contacto con El. Por supuesto, el Señor no nos pide que renunciemos definitivamente a las facultades propias de nuestra mente, parte emotiva y voluntad. Ciertamente Dios mismo creó nuestra mente, parte emotiva y voluntad a fin de que las usemos para Su gloria. Pero el Señor exige que desechemos el aspecto adámico y corrupto de dichas facultades humanas, y que permitamos que la vida de Cristo en nuestro espíritu controle absolutamente nuestro ser. Nuestra mente, parte emotiva y voluntad fueron dañadas a tal grado que el hombre natural no puede tener contacto ni comunión con Dios. En 1 Corintios 2:14 dice: “Pero el hombre anímico no acepta las cosas que son del Espíritu de Dios”. Esta es la razón por la que necesitamos experimentar el nuevo nacimiento en nuestro espíritu (Jn. 3:6-7).

Antes de que fuéramos salvos nos encontrábamos totalmente caídos. Vivíamos y nos movíamos por la vida anímica caída, la cual se oponía por completo a Dios. No debemos permitir que esta vida caída nos controle, sino que debemos vivir dirigidos absolutamente por la vida divina que está en nuestro espíritu. A partir del momento en que somos salvos, ya no debemos depender más de nuestra vida anímica caída, sino de la vida divina en nuestro espíritu, la cual debe ser la única fuente de nuestro diario vivir. Por lo tanto, no es nuestra mente, emoción y voluntad lo que debemos rechazar y anular; sino más bien, debemos negar la vida del alma. Debemos entender que esta vida natural y anímica ya fue puesta en la cruz (Gá. 2:20; Ro. 6:6) y que ahora debemos tomar a Cristo como nuestra vida. No obstante, las facultades de nuestra alma seguirán siendo el instrumento que el Espíritu usa para expresar al Señor.

También debemos entender claramente que debemos ejercitar nuestro espíritu en todo aspecto de nuestro diario vivir, y no sólo cuando oramos o leemos la Palabra de Dios. Si usted no tiene la confirmación y el sentir de paz en su espíritu, entonces debe detenerse en eso que está por hacer o decir, sin ponerse a razonar si es bueno o malo. En lugar de preguntarse si lo que va a hacer es bueno o malo, debe considerar si usted está en el espíritu o en el alma. Debería preguntarse: “¿Estoy haciendo esto dirigido por mí mismo o por el Señor?”. Cuando usamos la expresión por el Señor no nos referimos al Señor de una manera objetiva, sino subjetiva, pues El es el Espíritu vivificante mezclado con nuestro espíritu. De manera que, debemos ejercitar nuestro espíritu en todo lugar y en todo momento.

Es fácil distinguir la diferencia entre el cuerpo y el alma, pero no es tan sencillo ver la diferencia entre el alma y el espíritu. Creo que nos ayudaría mucho considerar el siguiente ejemplo. Supongamos que uno ve algo que quiere comprar. Cuanto más examina el artículo, más siente deseos de obtenerlo. Finalmente, se decide y lo compra. Su parte emotiva ha sido ejercitada puesto que le gusta lo que ha comprado. Por otra parte, también ha ejercitado su mente al examinar el producto, y finalmente ha ejercitado su voluntad al adquirirlo. Por lo tanto, toda su alma se ha ejercitado. Sin embargo, cuando va a comprarlo, algo en lo más profundo de su ser protesta y se lo prohíbe. Este es el espíritu. El espíritu es la parte más profunda del hombre. En todos los aspectos de nuestro vivir debemos seguir dicho sentir interior.

¿No es verdad que la mayoría de los cristianos nos olvidamos de este indicador? Siempre estamos razonando en lo que está bien y lo que está mal. Pensamos que si algo está mal, no debemos hacerlo, y si algo está bien, entonces debemos hacerlo. Este no es el camino que debemos seguir. El bien y el mal forman parte de la enseñanza de la religión, y si nos conducimos de acuerdo con la religión, entonces Cristo no tiene ningún valor. Experimentar a Cristo y disfrutar la salvación que Dios ha efectuado, es algo completamente distinto de la religión; no es cuestión de hacer el bien o el mal, sino de vivir en el alma o en el espíritu. El cristianismo entero ha descuidado este indicador. Pero el Señor quiere recobrarlo hoy, pues ésta es la “llave”, la clave o secreto del vivir del creyente.

Por consiguiente, en todo lo que hagamos o digamos tenemos que discernir si estamos en el espíritu o en el alma. No es un asunto de que algo sea correcto o incorrecto, bueno o malo, sino de que provenga de Cristo o del yo, del espíritu o del alma. Debemos discernir si toda nuestra vida y diario andar se conduce o no en nuestro espíritu.

En los cuatro evangelios —Mateo, Marcos, Lucas y Juan— el Señor Jesús repetidas veces nos dice que debemos negar nuestro yo y perder la vida del alma, esto es, la vida anímica (Mt. 16:24-26; Mr. 8:35; Lc. 9:23-25; Jn. 12:25). Luego, en las epístolas, de nuevo nos dice que andemos, vivamos, oremos y hagamos todas las cosas en el espíritu (Hch. 17:16; Ro. 1:9; Ro. 12:11; 1 Co. 16:18; 1 P. 3:4; Ef. 6:18; Ap. 1:10). Por lo tanto, debemos permanecer siempre en nuestro espíritu.

Cuando una persona ejercita su espíritu, el Espíritu de Dios puede moverse y fluir libremente en él. Pero esto constituye una verdadera batalla, ya que Satanás sabe que si todos los creyentes liberamos nuestro espíritu, él será derrotado. Por consiguiente, el enemigo procura sutilmente oprimir el espíritu de los santos. Mientras él tenga éxito en esto, no podremos avanzar. Así que, tenemos que pelear esta batalla. Es preciso que aprendamos a ejercitar y liberar nuestro espíritu en todo momento y en todo lugar. Ya sea en privado o en público, debemos siempre ejercitar nuestro espíritu.

En conclusión, debemos estar conscientes de que Cristo es el Espíritu que mora en nuestro espíritu. Además, debemos conocer la diferencia entre el espíritu y el alma, al punto que neguemos nuestro yo anímico y sigamos al Señor en nuestro espíritu. Cuando cooperamos con nuestro espíritu de esta manera, Cristo ocupará el primer lugar en nuestra vida. De esta forma, experimentaremos a Cristo en nuestro espíritu y aprenderemos a aplicarlo en todo nuestro vivir.


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